Deseaba que me tragara la tierra en este instante.
No, no lo deseaba, lo necesitaba.
Los segundos seguían pasando. Mi corazón latía fuerte y rápidamente, avisándome de lo nerviosa y asustada que estaba.
Seguí esperando, pero parecía que la tierra hoy no tenía hambre.
Finalmente, decidí afrontar la realidad, no podría pasarme así toda la vida. Giré pausada y lentamente hasta quedar cara a cara con quién fuera que se encontrara a mi espalda.
Lo observé durante un momento.
Rubio. Mechas un tanto oscuras, pero bien contrastadas con su tono de pelo y ojos color miel.
No era él.
¡No era él!
Pero... Si no era él... ¿Quién narices era?¿Y por qué estaba allí?
Retrocedí y entonces me acordé. Las imágenes volaron a mi mente.
¡El vaso! ¡El agua!
Con un giro brusco y rápido, me giré a ver la causa de mi desasosiego.
No lo podía creer. ¿Lo había soñado?
No. Imposible.
Todo el suelo se encontraba cubierto de agua y cristales, pero ni rastro de gotas flotantes.
¿Quién aquel chico rubio?
Ni idea.
¿Me había imaginado aquel incidente?
Tal vez.
¿Me estaba volviendo loca?
Seguramente.
Y después de mi larga lista de preguntas mentales a las que mi cerebro había respondido con dulzura, confianza en el ser vivo del que formaba parte y sus mejores intenciones, (nótese el sarcasmo) volví a la realidad.
El ambiente se encontraba bastante tenso. Habían pasado más de cinco minutos desde que me choqué con el muchacho aquí presente.
Él me miraba fijamente.
Me atravesaba con la mirada.
Entonces algo le trajo del examen milimétrico a que me estaba sometiendo.
La puerta de la cocina de abrió y por ella entró Kevin.
Como siempre denotaba tranquilidad por todos los poros de su cuerpo.
Observó el vaso unos instantes y luego su vista varió hacia mí, y el desconocido.
Recordé algo.
-Kevin, yo... Lo siento.
El-el-vaso... Estaba en la encimera cuando...Y yo sin querer lo empujé.- Mi patética charla acabó aquí, aunque para mi gran alivio Kevin tomó la palabra casi sin darme tiempo acabar.
-No te preocupes. No pasa nada. Luego lo recogeré.- Sonrió fugazmente.-¡Ah!Este es Nicolas Dankworth, mi primo.- Nos presentó.
De pronto, la expresión del chico cambió radicalmente. Ahora una sonrisa sincera surcaba su rostro.
-Mucho gusto, señorita...-
-Blue, Eileen.- Dije amablemente.
-Eileen entonces.
Bueno, querría pedirte una cosa " Eile", (¿"Eile"? Ya me llamaban cualquier cosa...) ¿puedo?-
Solo entonces me fijé en su vestimenta.
Su camisa a rayas azul, abierta hasta el el tercer botón, dejando al descubierto los fuertes abdominales de medio pecho; sus pantalones piratas; sus sandalias (¿Sandalias? ¿En esta época?); y su pelo alborotado , que le daba un aire más infantil. Este último adornado por unas gafas de sol negras.
-Claro.- Respondí un tanto desconfiada.
-Llámame Nick, por favor. No le hagas caso al bobo de mi primo: "Nicolas Dankworth"- Citó realizando una penosa, pero a la vez bastante graciosa, imitación de Kevin.- Solo mis abuelos y mi madre cuando de enfada me llaman y así.- Comentó sarcástico.
Se me escapó un risita mal disimulada, y Kevin puso los ojos en blanco y nos sacó las lengua a ambos.
-Bueno, Kevin, se ha hecho tarde. Debo volver ya a casa.- Me disculpé mirando mi reloj de muñeca.
-Tienes razón. Ahora te llevo.-
¿Kevin tenía coche?¿Desde cuando?
Preferí dejar las preguntas para otro momento.
-Hasta luego Nick. Me ha encantado conocerte.- Y era cierto, Nick me había resultado, al menos de pasada, una buena persona. Por su forma de expresarse, muy activa, alegre, apasionada y amable.
Sí, me había caído bien.
Kevin y yo salimos por la puerta, andamos la calle y giramos en la esquina, y allí estaba:
Un Aston Martin DB9 color gris oscuro.
El coche estaba perfectamente aparcado a la derecha de "La Fortaleza".
Abrí la puerta con delicadeza y me senté en el asiento del copiloto. Kevin se sentó a mi izquierda frente al volante.
Puso el motor en marcha. Aunque mi casa solo se encontraba a unas manzanas, tardamos un rato en llegar.
Rompí el hielo:
-¿Desde cuando tienes coche?- Bromeé.
-Desde siempre.-Me miró con una ceja levantada.-¿Por qué lo preguntas?-
-Porque no lo había visto.-
-Pues será que no te habrás fijado bien,- Sonrió con autosuficiencia.- porque voy con él todos los días al instituto.- Dijo para picarme, claramente.
Yo le seguí el juego. Crucé los brazos sobre mi pecho y puse una mueca de enfado infantil.
Le saqué la lengua.
-La verdad es que sí me he fijado.-
-¿Ah, sí?- Preguntó incrédulo.
-Ciertamente..No.-
Los dos estallamos a carcajadas y nos sonreímos mutuamente.
En ese momento, el ambiente cambió.
El coche se había detenido ya frente a mi casa. Y el motor ya se hallaba apagado.
Nos miramos intensamente durante unos segundos, y luego Kevin, se acercó lentamente a mí.
Sus labios se posaron sobre los míos con suavidad. Me acerqué más y él profundizó el beso.
Le permití el acceso a mi boca y su lengua se introdujo en ella, buscando la mía.
Cuando éstas se encontraron comenzó la danza en el interior del beso.
Se entrelazaban y se soltaban formando un compás perfecto.
Finalmente nos separamos por falta de aire (¡Dichoso aire!¿Por qué tentemos que respirar para vivir?)
y Kevin me besó varias veces más corta y seguidamente, hasta que nos fue inevitable separarnos.
Solté el cabello de Kevin al que con tanta urgencia me había aferrado, y él, a su vez, apartó las manos de mi nuca.
El día siguiente pasó con rapidez.
Miradas y sonrisas furtivas durante las clases.
Charlas y cotilleos con Yasmín.
Pero había algo que no encajaba.
Ya nada sería igual. Siempre faltaría algo:
Mi hermana.
Cassidy.
Cuanto la echaba de menos.
Pasé la mayor parte del día pensando en lo vivido juntas, es decir, toda la vida, ya que era mi hermana gemela mayor.
Cassidy había pasado a una vida mejor, o eso dicen por ahí.
Nunca lo sabremos hasta que no nos ocurra a nosotros.
A la salida del instituto Kevin se ofreció a llevarme, pero le expliqué que hoy prefería ir caminando, para reflexionar.
Todo lo que ha pasado estos últimos días, es más de lo que me ha ocurrido en toda mi vida junta.
No sé si podré soportarlo...
Por ejemplo, qué tipo de relación se supone que tengo con Kevin.
He ido a su casa, lo veo mucho, nos hemos besado varias veces (Y el último beso ha sido muy, muy intenso)... En cierto modo me ayuda a continuar con lo que me queda de vida.
Pero me asusta que para él no signifique nada, solo un juego.
Iba tan sumida en mis pensamientos que no me di cuenta de que una pequeña niña negrita iba corriendo hacía mí desbocada, y no tenía pinta de querer frenar. Parece que huía de algo, o de alguien.
Ya que yo seguía inmersa en mi mundo el choque fue inevitable.
Las dos caímos al suelo, cada una hacía una lado. Iba a gritar a la persona que me hubiera golpeado, cuando me levanté y observé unos ojos chocolate entrecerrados en una mueca de dolor por la caída. Pero el momento no duró mucho, ya que la niña se puso en pie en menos de dos segundos, y volvió a echar a correr. Sin deternerse, asustada.
Su mirada, esos ojos castaños me decían que tenía miedo.
Al igual que yo últimamente.
Nota de Autora: -Como ya habréis podido comprobar, estoy viva, no he muerto.- Comentario sarcástico.- Besos.-
By Blanca